A lo largo de su historia, Ibiza siempre ha interactuado con otras culturas. Púnicos y fenicios, romanos, árabes… Todos se rindieron a su luz brillante, a la pureza de su cielo y a la transparencia de sus aguas.
Asentados los cristianos tras la reconquista, la isla fue rodeada de torres defensivas de piedra desde las que otear el horizonte en busca de goletas de piratas berberiscos, que desembarcaban y se adentraban en los campos en busca de mujeres y alimentos.
Los ibicencos, alertados por los vigías, abandonaban entonces sus casas de campo, impecablemente encaladas, y corrían a refugiarse al interior de las murallas de la ciudad o a las iglesias fortificadas de los pueblos.
La fusión de culturas y esa necesidad defensiva han legado a Ibiza un patrimonio arquitectónico de líneas puras, rústicas y contundentes que ha atrapado a artistas de todo el mundo. El espíritu épico que la isla transmite a todo aquel que vive en ella, la intensa luz que satura el paisaje y empuja al artista a crear y la sensación de paz que se respira en sus campos, hacen de ella un lugar paradisíaco donde cada muro de piedra seca y cada olivo milenario parece esconder una historia.
Los montes sagrados de Santa Eulària y Sant Miquel, con sus iglesias fortaleza, los templos de Sant Josep, Sant Jordi o Sant Antoni, el poblado de Sant Llorenç de Balàfia, las miles de casas payesas diseminadas por valles y llanos, los pozos y albercas de origen árabe.
El legado de los antiguos es generoso y espectacular, y sigue siendo escenario de fiestas y celebraciones. Por ello, el esfuerzo que se desarrolla para restaurarlo y conservarlo, desde la máxima institución ibicenca, es grande y constante.